miércoles, 22 de mayo de 2013

La dimensión poética del fierro

Un lugar en Buenos Aires: "El gato viejo" del artista Carlos Regazzoni.


Txt María Eugenia Mastropablo

Cuando cae la noche el artista plástico Carlos Regazzoni  se pasea como un gato entre el hierro y los tachos de pintura mientras el olor a soldadura y óxido inundan el galpón. Sabe que la ciudad es grande, pero que entre esas vías está su hábitat, su lugar. 

Su atelier es un restaurante o viceversa. Ambos están ubicados al lado del Museo del Ferrocarril en una zona híbrida: entre la parte cara de Retiro y la Villa 31 (Avenida del Libertador 405, galpones 1 a 5).  Para llegar a hay que atravesar la oscuridad e incertidumbre de un camino empedrado. Algunas de sus  obras ya están al acecho desde la entrada del predio como si vigilaran algo. Entre ellas se destacan unos aviones, objetos que lo llevaron a ser el único expositor en el centenario del aeroclub francés en la Rue de Champs Eliseé.

El artista ferroviario merodea por el lugar y luego se sienta en una mesa del fondo. Cuando llega algún comensal se levanta, le pregunta qué va a comer, lo aconseja y le toma el pedido. Luego  le grita al cocinero que, por ejemplo, el trío que llegó recién quiere tallarines con liebre. Apurado, el cocinero comienza a preparar la comida.

Después de sus apariciones  en televisión poniéndole tornillos, óxido y demás objetos a la comida, los comensales acuden al atelier con cierto temor. Regazzoni denomina a su comida como “ferroviaria”. Creer  o reventar, luego de probar la entrada los comensales comentan sorprendidos que un gusto metálico inundó sus bocas.

“Si quieren antes de consumir pueden recorrer el lugar, también pueden verlo sin consumir”, advierte el mozo a los que entran. Luego cuenta que “antes era Regazzoni quien cocinaba pero que un día se cansó de que sus amigos fueran a cenar y no pagaran; entonces, contrató un cocinero”.

En el atelier-restaurante rige otro uso horario. Todas  las medianoches hay festejo como si fuera año nuevo. El artista grita y pide que pongan música griega, baila y tira platos al piso. No le importa que sean los platos de su propio restaurante. Interrumpe a una joven que canta jazz al segundo tema porque quiere escuchar la canción “Pájaro campana”. Grita otra vez y pide su cuchilla, baila y le corta el pico de un solo filo a una botella. Festeja y vuelca champaña en el vaso de los que ya son sus invitados. Carlos Regazzoni es su mejor obra de arte.

El gato viejo abre sus puertas los jueves, viernes y sábados a partir de las 21.


 













2 comentarios:

  1. ¡¡¡¡¡como me gustaria ir a su restaurant, caminar por el lugar donde crea sus esculturas, creo que alli hay mucha magia y despues de escuchar la nota que le hicieron con su hijo, si descubro que tiene mucho de magia, quizas, algun dia me de una vuelta por ahi. Un abrazo gatooooo.

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  2. Ayer, de pronto me tope con el en un ascensor del Hospital Italiano, me sorprendi lo reconoci, pero en ese momento no recordaba su nombre, si su restaurant por haberlo visto en television, espero que su problema de salud sea pasajero.

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